martes, 27 de mayo de 2014

Cuatro poesías de Leopoldo María Panero

Condesa morfina


Y llegaron los húngaros bailando,
                                                           y ya era tarde
pero bajo la noche practicaron su arte
y en la noche tú, hermana
me diste la mano.
                              (La gitana predijo y repredijo
pero la noche seguía su curso
y en la noche escuché tu abrazo
correcto y silencioso,
                                   señora
hermosísima dama
                                  que en la noche juegas
un blanco juego. (Hermosísima dama
serena y afligida
                             violeta nocturna
hermosísima dama
                                  que la noche protege,
que en la noche vela
noche cándida y helada
                                         (pura como el hielo
pura como el hielo tú eres, hermosa dama,
Madonna en el viento

                                      hermosa y dulce dama 

que me libras de pobreza

per amor soi gai

alegría de la nada,
                                hermosa dama
hermosa y dulce dama en mi
                                                  pensamiento
Tell me
             I get the blue
                                     for you
dime tus sombras lentamente
despacio como si anduviéramos
como si bajo la noche anduviéramos
tú que andas sobre la nieve.
                                                 Y aterido de frío, por el
                                                 Puente de Londres
                                                 -is going to fall-
por el puente de Londres, manos en los bolsillos
y el río debajo, triste y sordo
no era un dulce río
mis ojos apenas veían
pero sabía que mi hermana me esperaba
no era un dulce río
sopesando el bien y el mal en una fulgurante balanza
mi triste hermana me esperaba
                                                        Monelle
me cogió de la mano 
poderosa e impotente como un niño
llamándome en la sombra, con voz escasa
con voz escasa y tus harapos blancos, llamándome en la sombra,
hermosísima dama.
                                  Y con la mano
frágil y descarnada tú apagabas, y con el roce, 
con el roce, en la sombra, de tus blancos harapos 
tú apagabas las lágrimas
                                          deshacías el dolor en pequeñas láminas
harapienta princesa,
                                      tú me diste la mano.
(Y bajo la noche caminaba, buscándola a ella
por suburbios de Londres, a la niña harapienta 
vista en todos los rostros de las prostitutas
un frío invierno de 1850
harapienta princesa.
De entre el sudor, la oscuridad, el miedo,
el temblor sordo de la vida, 
su dura confusión, su almacenar sombrío
surgió aquella niña, aquel rostro que busco
aquel recuerdo triste y esta luz que rescata
una tarde de 1850
aquella niña 
                     y en la habitación vacía
                                                            (y ya era tarde) 
yo cojo el azul
                        para ti
aguja que excava la carne que ya no siente
                                                                          y ya era tarde
pero bajo la noche practicaron su arte.

--

Ma mère


A mi desoladora madre, con esa extraña
mezcla de compasión y náusea que puede sólo
experimentar quien conoce la causa, banal y
sórdida, quizá, de tanto, tanto desastre.

Yo contemplaba, caído

……………………………..mi cerebro

aplastado,

…………….pasto de serpientes, (…)

yo contemplaba mi cerebro para siempre aplastado

y mi madre reía, mi madre reía

viéndome hurgar con miedo en los despojos

de mi alma aún calientes

………………………………..temblando siempre

como quien tiene miedo de saber que está muerto,

y llora, implora caridad a los vivos

para que no le escupan encima la palabra muerto. Vi digo

mi cerebro en el suelo licuándose, como un excremento

para las moscas. Y mi espíritu convertido en teatro

vacío, del que todo pensamiento ha desertado

(…)

mi espíritu como un teatro vacío

donde en vano alentaba inútil, mi conciencia,

……………………………………………………………cosa oscura

o aliento de monstruo presentido en la caverna. Y allí, en el teatro

……………vacío,

o bajo la carpa del circo abandonado, tres atletas

—Mozo, Bozo, Lozo—

……………………………saltaban sin descanso, moviendo

con vanidad desesperada el trapecio

de un lado a otro, de un lado a otro. Y también, cortesanas

con el pelo teñido de un oro repugnante, intercambiaban

leyendas sobre lo que nunca hubo

en el palacio en ruinas. Y me vi luego, más tarde

mucho más allá del demasiado tarde,

…………………………………………………en una esquina desolada de

alguna ciudad invernal, mendigando

a los transeúntes una palabra que dijera

algo de mí, un nombre con que vestirme.

(…) Como una muñeca me mimo

a mí mismo y finjo

delante de nadie que aún existo. Peonza

en la mano del dios de los muertos.  Como una muñeca

………………..extraviada

en  la  ruta  implacable  de  tantas  otras,  de  las  incontables

………………..marionetas

que ejecutan su vida como un rito funerario,

una obsesión senil o un delirio último

de moribundo. Porque los hombres no hablan, me dije,

……………………..dije

a los ciegos que manchaban

de heces y sangre sus zapatos al pisar mi cerebro.

……………………..Y al momento

de pensar eso, un niño

orinó sobre la masa derretida,

………………………………………..dando luego

de beber vino rojo y fuerte a un sapo

para que borracho riera, riera, mientras caía

sobre el invierno de la vida la lluvia

más dura. Y al verlo, y mientras me arrastraba

cojeando entre los muertos, pensé: llueve,

llueve siempre en las ruinas. Y mi madre rió, al oír aquel ruido

que delataba mi pensamiento.

--

El día en que se acaba la canción


Cuando el sentido, ese anciano que te hablaba
en horas de soledad, se muere
                                               entonces
miras a la mujer amada como a un viejo,
y lloras.
            Y queda
huérfano el poema, sin padre ni madre,
                                                           y lo odias,
aborreces al hijo colgando
como un aborto entre las piernas, balanceándose allí
como hilo que cuelga o telaraña,
cuando el sentido muere,
                                   como un niño
castrado por un ciego,
al amparo de la noche feroz, de la noche:
como la voz de un niño perdido aullando en
                                                                       el viento
el día en que se acaba la canción, dejando
sólo un poco de tabaco en la mano,
                                                           y la ciudad ahora, las
ciudades convertidas en vastas plantaciones de tabaco,
                                                                                  y la mano
asombrada toca la boca sin labios
el día en que se acaba la canción, y se pierde
el hombre que a sí mismo le daba el nombre de alguien,
al dar la vuelta a una esquina, un atardecer sin música.
El día en que se acaba la canción el dolor mismo
es sólo un poco de tabaco en la mano,
                                                           y las palabras
son todas de antaño, y de otro país, y caen
de la boca sin dientes como un líquido
parecido a la bilis,
                        el día
en que se muere el sentido, ese
asesino que al crepúsculo hablaba y al
insomnio susurraba palabras y cosas,
                                                           el día
en que se acaba la canción miras
a la mujer amada como a un viejo, y
con la cabeza entre las piernas,
frente al mundo abortado, lloras.

--

La canción del croupier del Mississipi

Fumo mucho. Demasiado.
Fumo para frotar el tiempo y a veces oigo la radio,
y oigo pasar la vida como quien pone la radio.
Fumo mucho. En el cenicero hay
ideas y poemas y voces
de amigos que no tengo. Y tengo
la boca llena de sangre,
y sangre que sale de las grietas de mi cráneo
y toda mi alma sabe a sangre,
sangre fresca no sé si de cerdo o de hombre que soy,
en toda mi alma acuchillada por mujeres y niños
que se mueven ingenuos, torpes, en
esta vida que ya sé.
Me palpo el pecho de pronto, nervioso,
y no siento un corazón. No hay,
no existe en nadie esa cosa que llaman corazón
sino quizá en el alcohol, en esa
sangre que yo bebo y que es la sangre de Cristo,
la única sangre en este mundo que no existe
que es como el mal programado, o
como fábrica de vida o un sastre
que ha olvidado quién es y sigue viviendo, o
quizá el reloj y las horas pasan.
Me palpo, nervioso, los ojos y los pies y el dedo gordo
de la mano lo meto en el ojo, y estoy sucio
y mi vida oliendo.
Y sueño que he vivido y que me llamo de algún modo
y que este cuento es cierto, este
absurdo que delatan mis ojos,
este delirio en Veracruz, y que este
país es cierto este lugar parecido al Infierno,
que llaman España, he oído
a los muertos que el Infierno
es mejor que esto y se parece más.
Me digo que soy Pessoa, como Pessoa era Álvaro de Campos,
me digo que estar borracho es no estarlo
toda la vida, es
estar borracho de vida y no de muerte,
es una sangre distinta de esa otra
espesa que se cuela por los tejados y por las paredes
y los agujeros de la vida.
Y es que no hay otra comunión
ni otro espasmo que este del vino
y ningún otro sexo ni mujer
que el vaso de alcohol besándome los labios
que este vaso de alcohol que llevo en el
cerebro, en los pies, en la sangre.
Que este vaso de vino oscuro o blanco,
de ginebra o de ron o lo que sea
—ginebra y cerveza, por ejemplo—
que es como la infancia, y no es
huida, ni evasión, ni sueño
sino la única vida real y todo lo posible
y agarro de nuevo la copa como el cuello de la vida y cuento
a algún ser que es probable que esté
ahí la vida de los dioses
y unos días soy Caín, y otros
un jugador de poker que bebe whisky perfectamente y otros
un cazador de dotes que por otra parte he sido
pero lo mío es como en «Dulce pájaro de juventud»
un cazador de dotes hermoso y alcohólico, y otros días,
un asesino tímido y psicótico, y otros
alguien que ha muerto quién sabe hace cuánto,
en qué ciudad, entre marineros ebrios. Algunos me
recuerdan, dicen
con la copa en la mano, hablando mucho,
hablando para poder existir de que
no hay nada mejor que decirse
a sí mismo una proposición de Wittgenstein mientras sube
la marea del vino en la sangre y el alma.
O bien alguien perdido en las galerías del espejo
buscando a su Novia. Y otras veces
soy Abel que tiene un plan perfecto
para rescatar la vida y restaurar a los hombres
y también a veces lloro por no ser un esclavo
negro en el sur, llorando
entre las plantaciones!
Es tan bella la ruina, tan profunda
sé todos sus colores y es
como una sinfonía la música del acabamiento,
como música que tocan en el más allá,
y ya no tengo sangre en las venas, sino alcohol,
tengo sangre en los ojos de borracho
y el alma invadida de sangre como de una vomitona,
y vomito el alma por las mañanas,
después de pasar toda la noche jurando
frente a una muñeca de goma que existe Dios.
Escribir en España no es llorar, es beber,
es beber la rabia del que no se resigna
a morir en las esquinas, es beber y mal
decir, blasfemar contra España
contra este país sin dioses pero con
estatuas de dioses, es
beber en la iglesia con música de órgano
es caerse borracho en los recitales y manchas de vino
tinto y sangre «Le livre des masques» de Rémy de Gourmont
caerse húmedo babeante y tonto y
derrumbarse como un árbol ante los farolillos
de esta verbena cultural. Escribir en España es tener
hasta el borde en la sangre este alcohol de locura que ya
no justifica nada ni nadie, ninguna sombra
de las que allí había al principio.
Y decir al morir, cuando tenga
ya en la boca y cabeza la baba del suicidio
gritarle a las sombras, a las tantas que hay y fantasmas
en este paraíso para espectros
y también a los ciervos que he visto en el bosque,
y a los pájaros y a los lobos en la calle y
acechando en las esquinas

«Fifteen men on the Dead Man's Chest
Fifteen men on the Dead Man's Chest

Yahoo! And a bottle of rum!»

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