jueves, 15 de septiembre de 2011

De "En las orillas del Sar" (I)

  Ya que de la esperanza, para la vida mía,
triste y descolorido ha llegado el ocaso,
a mi morada oscura, desmantelada y fría,
     tornemos paso a paso,
porque con su alegría no aumente mi amargura
     la blanca luz del día.

  Contenta el negro nido busca el ave agorera;
bien reposa la fiera en el antro escondido,
en su sepulcro el muerto, el triste en el olvido
    y mi alma en su desierto.

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  Vosotros, que lograsteis vuestros sueños,
¿qué entendéis de sus ansias malogradas?
Vosotros, que gozasteis y sufristeis,
¿qué comprendéis de sus eternas lágrimas?
  Y vosotros, en fin, cuyos recuerdos
son como niebla que disipa el alba,
¡qué sabéis del que lleva de los suyos
la eterna pesadumbre sobre el alma!

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  Cada vez huye más de los vivos,
cada vez habla más con los muertos,
y es que cuando nos rinde el cansancio
     propicio a la paz y al sueño
     el cuerpo tiende al reposo,
     el alma tiende a lo eterno.

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  Alma que vas huyendo de tí misma,
¿qué buscas, insensata, en las demás?
Si secó en tí la fuente del consuelo,
secas todas las fuentes has de hallar.

  ¡Que hay en el cielo estrellas todavía,
y hay en la tierra flores perfumadas!
     ¡Sí...! Mas no son ya aquellas
que tú amaste y te amaron, desdichada.

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Rosalía de Castro

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